Ariana Harwicz
Precoz
MARDULCE editora (Argentina)
Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 978-987-3731-17-4
En Precoz, la segunda novela que publica en Mar Dulce, Ariana Harwicz reproduce el clima asfixiante y el tono perturbador de la primera, La débil mental -la primera, en realidad, fue Matate, amor, publicada en 2012 por Lengua de trapo-. La historia es la de una madre que vive con su hijo adolescente en una zona marginal de algún país europeo, entre inmigrantes. Sabemos poco: son los nuevos pobres europeos, no son africanos. Pero nos imaginamos: posiblemente sean latinos. Ahí donde viven todo es precario. Las casas, el barrio incluso, parecen sin terminar: hay materiales de construcción acumulados. Y, sobre todo, hay miedo: de noche nadie sale, cada tanto alguien pide ayuda -se le niega-. Y más de una vez, la madre y su hijo son atrapados por la policía, detenidos, llevados al hospital para chequeos, sometidos a la mirada horrorizada de la asistente social. Algunas veces, huyen. Precoz es también una historia de amor. De amor imposible. La madre ama, o persigue, a un hombre como se persigue, o se ama, la salvación.
Pero además de una historia, Precoz es una voz: la de esa madre débil y a la vez algo perversa, que entabla con su hijo un vínculo por momentos erótico, por momentos frío, en todo caso único, en el aislamiento en que viven; una voz que no consigue del todo aferrarse a las cosas, que no consigue del todo nombrar. Es por eso que los hechos de la historia a veces no quedan del todo claros. Las razones del deterioro de esa voz, tampoco. Tal vez haya un problema neurológico, tal vez sea una consecuencia de la pobreza, del hambre, de un pasado vergonzante del que poco y nada se conoce; o tal vez sea siempre así la voz de los marginados. En ese sentido, esta novela es también la historia de la desesperación de esa voz que parece siempre perseguir los hechos, sin alcanzarlos.
En una escena de Cien años de soledad, los habitantes de Macondo sufren de una suerte de amnesia lingüística que intentan resolver pegando en los objetos cartelitos con sus nombres. El lugar donde viven los personajes de esta novela de Harwicz recuerda en algo a Macondo. Pero ya no queda en Latinoamérica, sino que es un suburbio europeo, tan derruido como sus habitantes. Y la voz de la narradora, que parece sufrir de una misma desconexión entre palabras y cosas, no tiene ya papelitos con que ayudarse -la mujer no tiene, de hecho, casi nada: solo un hijo-. En la hostil realidad de la Europa del siglo XXI no queda de la magia más que un resto triste, andrajoso: un camino lento y confuso hacia la perdición.