María Moreno
Black out
Penguin Random House (Argentina)
Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 978-987-3987-43-4
Black out
María Moreno
María Moreno, que durante mucho tiempo ha estado acostándose tarde o, directamente, no acostándose, pasando del bar de la ronda nocturna al del desayuno o al banco de la Plaza Miserere, emprende ahora la tarea de recuperar, contándolo, ese tiempo. Black out es el resultado de esa tarea, una evocación desencadenada y empujada a cada página por el sabor del whisky y la ginebra.
Black out está formado por tres tipos de textos, que se alternan. "Del otro lado de la puerta vaivén" dice responder al orden del microensayo y toca temas que van desde los recuerdos de la infancia, la historia familiar y el modo en que se fue forjando con los años la relación con el alcohol, hasta una propuesta de origen para la literatura argentina que completa la conocida hipótesis de David Viñas o más bien la lleva un paso más allá: antes de torturar al unitario, observa Moreno, los mazorqueros "se colocan": "?Sería posible El matadero si fuera un relato en seco?". "Ronda" responde al orden del territorio, que es mayormente el de Once y el de Tigre, aunque también es por momentos Londres o México. "La pasarela del alcohol", por último, responde al orden del retrato: los retratados -Miguel Briante, Norberto Soares, Héctor Libertella, Charlie Feiling, Claudio Uriarte- tienen en común que son amigos de esa zona fronteriza, de mezcla, entre la literatura y el periodismo en la que siempre eligió moverse la propia Moreno, que transitaron junto con ella "la pasarela del alcohol" y que están muertos.
Podría decirse que la muerte es el punto de partida de Black Out: ese "apagón", del padre antes que nada y luego de los amigos, esa generación que en gran parte desapareció a manos del terrorismo de estado pero, dice Moreno, también murió de cáncer, del corazón, en accidentes. La narración, entonces, parte de la muerte, en un gesto que se quiere despedida y que recuerda el de aquel ángel descripto por Walter Benjamin: avanzando hacia el futuro de espaldas, con las alas abiertas, impulsado por el viento del progreso de cara a las ruinas, a lo que fue dejando la historia a su paso. En Black out hay esa mirada hacia atrás, hacia un tiempo perdido, hacia los que ya no están; y hay, también, esa acumulación un poco caótica de escombros: se va pasando de un tiempo a otro, de un pensamiento a otro, de un amigo a otro, de una escena a otra -aunque, hay que decirlo, el libro está meticulosamente calibrado para que de allí resulte sin embargo un orden, una lectura de corrido, novelera-. Y es que si es el alcohol lo que da inicio y alienta, el recorrido no podría nunca ser lineal. Tiene, por el contrario, o imita hábilmente, el paso en "S" de los borrachos que en realidad se acercan a la pared, dice Moreno, para tomar fuerza, una y otra vez.
Así, ni el relato ni la vida son aquí lineales, lo que puede leerse, en relación con la escena literaria contemporánea, como una toma de posición que es más bien, como se plantea en el libro respecto de la elección sexual, una no posición, es decir, un movimiento, una resistencia a lo que, al fijar, obliga. En un tiempo en que los relatos del yo, en sus diversas formas, copan el centro de la escena, Moreno indaga en la distinción entre ficción y biografía, entre artificio y realidad: ?quién es el Levrero de La novela luminosa? , ?y el Bolaño que, en el hospital, sigue escribiendo lo que serán sus textos póstumos?, ?y el Lamborghini de Strafacce? Es decir, Moreno recorre esas zonas en que escritura y vida se acercan tan peligrosamente como en su propio libro:
"Si escribo lo que escribo, ?me desnudo? Hay quienes leen como si se tratara de la vida misma. Temblorosos de unanimidad admirativa, mientras creen alcanzar algún mendrugo de intensidad en medio de la opacidad habitual del mundo -tomándola como una confesión-. Son como esos pájaros que entraron a un museo y, deteniéndose ante una naturaleza muerta hiperrealista, se pusieron a picar los frutos".
La distinción entre escritura y vida se vuelve difusa y hasta irrelevante en la medida en que se vuelve ingenua la idea de que habría una vida preexistente, a la que la escritura se refiere y que los lectores avezados conseguirían develar e incluso devorar. En efecto, en una entrevista con Walter Lezcano, Moreno se refiere a este tiempo como a un tiempo de canibalismo, en el que ante la baja general de las experiencias se busca "comer la experiencia del otro" y afirma: "Lo que escribo acá no tiene nada que ver con el recuerdo. Este libro se ocupa menos de la experiencia que de la genealogía literaria. Mi alcoholismo en el libro tiene que ver menos con mi experiencia que con leer a Dorothy Parker, por ejemplo, o ciertos textos beatniks. Viene por ahí. No es tanto una trama sin mediaciones".
Pero tal vez nada resuma mejor la posición -es decir, la no posición, el vaivén: la opción por la ambigüedad- que la anécdota que da inicio al libro. En tono de mito suburbano, se cuenta que un hombre completamente borracho se sube, cargando una jaula tapada con una tela, a un colectivo atestado. Una vez que se instala, los otros pasajeros comienzan a preguntarle por el contenido de la jaula. El hombre dice que lleva una mangosta, y agrega que la necesita para que se coma a las víboras del delirium tremens.
"Pero esas víboras no son verdaderas, le dijo una chica con delantal blanco. Entonces el hombre levantó una punta del trapo para mostrar que la jaula estaba vacía. Tenía un aspecto radiante cuando dijo: !pero esta mangosta tampoco es verdadera!"
Hay, entonces, partida desde la muerte y avance. Un avance que, sin embargo, no configura una línea sino un zigzag que permite ir sorteando y dejando atrás los vacíos, las zonas ensombrecidas por el duelo, pero también los blancos: aquello que después de varias copas no se recuerda ni, tampoco, se quiere recordar, así como eso que deliberadamente no se va a contar, ese "secreto", como designó María Pía López en la presentación del libro a "por qué y por quién, con qué promesa y qué amuleto, dejó de tomar hasta el black out". Y en esa suerte de fuga hacia adelante, todo se convierte en otra cosa y se mezcla, todo se metaforiza, se trasvasa: del negro de la noche en blanco hacia los puestos colorinches del Once, de la transparencia etílica hacia el carmesí de la sangre, que es a su vez devenir metafórico de otro líquido carmesí, el de los experimentos que hacía, un poco como show, la madre química.
Si en algún lado puede leerse la asociación, tantas veces trazada, de María Moreno con el barroco, es tal vez aquí: en esta fuga de las zonas aparentemente puras, incontaminadas, pero estériles de los vacíos; en esta narración que no se duerme, que no deja de moverse. Un movimiento que, aclara la autora al final, no es nostálgico -o trata de no serlo, en todo caso-. Un movimiento, en definitiva: contra la contemplación, un poco tonta, del medio vaso lleno, la prometedora acción de llenar el vaso.